Era de no creer que su amigo francés caminara por su palacio. Amira se despoja de su vestido blanco, con el cual quedó dormida la noche anterior. Abre su armario y no sabe qué vestido elegir, qué prenda lucir. Debía ser el vestido perfecto, quizás era la única oportunidad en la que podía demostrarle a su amado, lo que en realidad sentía por él. De todos modos, algo raro había en su rostro. Un poco de miedo se notaba en su sonrisa y en sus ojos grises. En eso, una de sus damiselas golpea la puerta y Amira le indica que puede pasar. Ella le anuncia que el príncipe de Francia, le estaba esperando en el hall. Nervios, ansiedad, desesperación y alegría. Varios sentimientos eran los que reposaban en la cabeza de la princesa belga, mezclándose como lo hacen las nubes con el mar, en el horizonte que se aprecia del otro lado del castillo.
Con un vestido azul marino, y su adorado moño dorado sobresaliendo entre sus rizos, esboza una sonrisa frente al espejo. Pestañea y el miedo recorre su cuerpo. ¿Miedo a ser rechazada quizás? Nada importaba sobre su compromiso, dispuesto por su padre, el rey. En esos momentos, su mente estaba sumergida en alguien más. Definitivamente, ella no quería causar problemas, ni en su mundo, ni en el de su amado. Pero a veces, los sentimientos están dispuestos a saltar de la boca y ser oídos por los demás, aún cuando el dueño no está listo para escucharlos. Así se sentía Amira.
Sale de su habitación, dirigiéndose al hall. Se asoma y ve al francés, sentado, esperando por ella. Baja las escaleras e inmediatamente, él clava la mirada en ella, su vestido, sus ojos, su cabello. Sonríen mutuamente, él besa su mano y luego, clava sus ojos celestes en los grises de ella. Amira sentía que su presencia era única. Y sí, lo era. Nadie había ocupado el lugar que su amado ocupó durante tantos años. Era un amigo, sí, pero se convirtió en mucho más que eso, sin siquiera buscarlo.
Caminata por el jardín, retomando viejas historias, anécdotas. Intercambiaron risas, palabras, miradas y gestos que entre ellos, comprendían como nadie. De alguna manera, Amira creía que había algo especial entre ellos, algo más que una amistad. Quizás era verdad... O quizás era una sola ilusión, confusión de sus sentimientos nunca admitidos. Y así iban a continuar, hasta que considerarse el momento adecuado para demostrarlos o asumirlos.
¡Cómo extrañaba Amira esas risas compartidas con su francés! Todo era brillante, como el día reluciente bajo el cual se encontraban. Mucho de lo que había entre ellos, era imperceptible para los demás. Pero si ellos lo sabían, ¿era necesario que lo supieran los demás? Amira no sabía qué era lo que sentía por su amado en realidad. Sabía que algo era, pero no lo que eso significaba. También notaba que su amigo, algo ocultaba bajo su armadura, pues de vez en cuando sonreía como antes hacía a quien era su pareja de baile. Pasaron las horas, tomaron el té en la glorieta, rodeados de tulipanes azules, los preferidos por la princesa belga. Él se percató de su arreglo especial en su rizado rubio. Se apreciaba cómo el moño dorado, relucía entre su cabello, una vez más. Cayendo el atardecer, él decide retomar sus pasos y volver a su hogar, donde deberían estar esperando por él. Como si nada, se despiden. Una despedida efímera, comparada con el tiempo celebrado entre ellos. El príncipe francés la saluda y despide con un "nos veremos pronto, amiga mía". Sube a su caballo y parte hacia el palacio real de Francia. Pero atrás, atrás dejaba un corazón desorientado. Amira, desconcertada, no comprendió a qué se debía el "amiga mía", después de las largas horas que habían pasado juntos. O quizás si comprendía la razón del mismo, pues ambos estaban destinados a comprometerse con personas elegidas por sus respectivos padres. Sin embargo, ella no quería creerlo. No quería saber que otra besaría sus labios y desnudaría su cuerpo, pero por sobre todo, su alma. Observa cómo su amado francés se aleja por el horizonte, rodeado de sus guardias.
Como si fuera magia, el sol refleja por entre los árboles que rodeaban la entrada del castillo, provocando cierto destello en su rostro, en su decepcionante rostro. Una pequeña lágrima recorría su mejilla. Amira no sabía por qué sucedía lo que sucedía; sin embargo, una despedida más, entre ella y él, quedaba atrás. Un momento más en el que esbozaron sonrisas, miradas, y quien sabe, quizás esbozaron sentimientos.
Como si fuera magia, el sol refleja por entre los árboles que rodeaban la entrada del castillo, provocando cierto destello en su rostro, en su decepcionante rostro. Una pequeña lágrima recorría su mejilla. Amira no sabía por qué sucedía lo que sucedía; sin embargo, una despedida más, entre ella y él, quedaba atrás. Un momento más en el que esbozaron sonrisas, miradas, y quien sabe, quizás esbozaron sentimientos.
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